El Despertar

Hace miles y miles de años, antes de la apertura del Portal Oscuro.

Corran niños… ¡corran!

Las palabras de su padre aún resonaban en su mente mientras Perle se abría paso jadeando por los pastizales, alejándose del pueblo que la había visto nacer y crecer. No había un rumbo o dirección más allá de alejarse, y era aún más difícil cuando las lágrimas y la oscuridad de la noche ocultaban la distancia. Su corazón le decía que volviera a buscar a Shaarme, que regresaran al pueblo, que ayudaran a sus padres a combatir… pero su mente y su entrenamiento comandaban sus piernas cansadas de correr.

A su alrededor, sin importar la distancia, solo podía oír el caos desatado. Gritos de auxilio, combate y dolor; truenos e impactos en los árboles, y el rugido incesante de la tierra misma que vibraba bajo sus pies. Las hojas de pasto alto azotaban su rostro y sus brazos mientras más se adentraba en el bosque donde cada semana salían en familia a cazar y recolectar el sustento. Ahora los animales huían hacia todos lados, sin un rumbo u objetivo. Sólo había el olor del miedo en el aire húmedo.

Pero ella conocía estos bosques. Había saltado de rama en rama disparando sus flechas. Había escalado cada tronco para alcanzar la fruta. Se había ocultado detrás de ellos de sus padres y su hermano para asustarlos en el juego que los hacía reír. No había un rumbo, pero no estaba perdida. Habría ayuda más allá, y sólo tenía que alcanzarla.

Fue entonces que la tierra comenzó a moverse más violentamente bajo sus pies, y los puntos de luz a la distancia comenzaron a apresurarse contra ella. Eran los ojos de una estampida de bestias que huía en su dirección como si el depredador más grande les viniese tocando los talones. Con gracia, tal y como había aprendido de su madre, trepó un árbol hasta llegar a las primeras ramas para continuar su escape, pero los animales eran demasiados y el suelo se sacudía al punto que no pudo mantener el equilibrio. Las ramas no pudieron mantenerla más, y cayó de lleno en el tronco del siguiente árbol. Gracias a su entrenamiento, el reflejo fue agarrarse y deslizarse hasta abajo nuevamente y seguir trotando, pero el vaivén de la tierra no la dejó mantener el balance. Tambaleándose, llegó hasta el borde del barranco, desde donde podía ver todo el resto del bosque extendiéndose a kilómetros más allá.

Fue entonces cuando comenzó el crujido incesante, y frente a ella el mundo empezó a caer frente a sus ojos dorados. En el horizonte al oeste un remolino verde y gris caía del cielo, y desde ese punto la tierra se empezó a abrir en una vorágine de destrucción que devoraba mar, tierra, bosque y montaña. El instinto de Perle fue correr de vuelta, pero tan solo tras un par de pasos ya no había tierra sobre la que correr, y cayó gritando de terror mientras la oscuridad la devoraba.

Con un jadeo profundo fué cómo despertó de esa horrible pesadilla.

Ahora exhala y suelta.

La flecha voló del arco a la diana en un abrir y cerrar de ojos, aterrizando cerca del borde y de la flecha anterior. Los agujeros estaban por todos lados, y habría más durante el entrenamiento matutino. Era la quinta de diez rondas de quince flechas cada una, y los brazos de niña de Perle empezaron a temblar nuevamente por el cansancio. No había logrado dormir bien otra vez, y no lo había hecho desde hace… ¿días? ¿meses?

No había forma de contar. Esta nueva casa estaba siempre iluminada y oscura en una niebla verdosa que nunca cesaba. Las plantas siempre estaban crecidas, y al arrancar una volvía a aparecer después de dormir. Cada día parecía repetirse. Siempre era despertar, comer, entrenar, buscar a Shaarme, cenar, dormir. Despertar, comer, entrenar, buscar a Shaarme, cenar, dormir. Despertar, comer…

Entrenar.

La flecha voló del arco a la diana en un abrir y cerrar de ojos, pero no aterrizó en la diana. Un tronco más allá la recibió, y ella bajó su arco y miró al suelo sumida en cansancio.

Su padre la miró extrañado.

— ¿Qué pasó hija? Aún es temprano. Todavía falta para terminar por hoy.

Se quedó en silencio, aún mirando hacia abajo.

— Lo has soñado otra vez, ¿no es así?

Ella asintió con la cabeza.

— Hmm. — El padre extendió la palma de su mano. — Dame el arco, cariño. Ve a buscar a tu hermano, quizás…

— Shaarme nunca está, an’da.

Hubo una pausa. El padre exhaló y continuó.

— Quizás eso ayude a aclarar tu mente. Ve.

— Pero…

— Ve hija. Está bien. Iré a hablar con tu madre mientras tanto.

Tras un momento, Perle le entregó el arco a su padre, dio una media vuelta y empezó a caminar en dirección a los árboles siguiendo los mismos pasos que había dado incontables veces cada día. 

Había hecho esa excursión innumerables veces, y sabía que al final de ella su hermano no estaría, pese a que su corazón quería que fuese diferente. Sabía que al mirar a la izquierda vería exactamente los mismos árboles que a la derecha no importando cuánto buscase por una diferencia. Sabía cuántos pasos había que dar para llegar de vuelta a casa.

Sabía que lo haría hoy, y sabía que lo haría mañana, y el día después, una y otra vez.

¿Se había frustrado tanto ayer? ¿Qué había hecho ayer? ¿Qué es ese lugar?

¿Por qué el sueño de anoche se sentía tan…

De repente, una leve brisa comenzó a correr entre el laberinto de árboles a sus espaldas y comenzó a soplar su cabello levemente hacia el frente. La brisa se volvió más fuerte, como si la estuvieran empujando en su dirección.

Esto no había pasado nunca.

Un paso se hizo otro, y luego dos y cinco y diez. La caminata se hizo un trote, y luego una carrera. La brisa se hizo viento, y una mezcla de miedo y propósito le revolvió el estómago mientras las piernas la movían más y más rápido. El bosque verde se abría frente a ella y se repetía como si estuviese corriendo en círculos. Ahora el viento la empujaba con fuerza, y no había otra opción más que embalar.

— ¡An’da! ¿Qué está pasando? ¡An’da!

El viento se convirtió en un vendaval que la arrastró entre los troncos y raíces hasta que de repente no hubo más que la explanada donde estaba su casa. Frente a ella, las forma delicada de su madre y el cuerpo alto de su padre de pie la miraban fijamente mientras que la fuerza la empujaba a toda velocidad hacia adelante.

— ¡An’da! ¡Min’da! ¿Qué es esto? ¡Ayúdenme! — gritó Perle hacia las formas élficas frente a ella.

Las voces resonaron en su mente como un antiguo recuerdo al pasar a través de las dos estatuas con la forma de su padre y madre.

Corran niños, corran.

Corran y vivan.

La puerta de la casa se abrió frente a ella y el huracán la lanzó dentro del umbral oscuro. Sus gritos se ahogaron en la penumbra, y luego solo hubo silencio.

Veintiún años después de la apertura del Portal Oscuro.

Un intenso jadeo vació su pecho. Los ojos dorados se abrieron de par en par cuando sintió el dolor del aire húmedo y frío de la caverna llenando sus pulmones. Todo era borroso. No había más que un pitido en sus oídos. Sus manos, sus piernas… todo su cuerpo se sentía más pesado y más grande al intentar desenredarse de los harapos, hojas y ramas que la cubrían.

Dos pares de manos violetas tomaron sus brazos y la empujaron para levantarla de la plataforma de piedra donde estaba acostada. Las voces eran nada más que un murmullo que se filtraba a través del pitido.

— ¡V…s…, …on… …e …ie! ¡…e…emos …rnos ráp…o!

El mareo la hizo vomitar de inmediato. El sabor amargo en su boca se mezcló con el respirar desesperado y el ahogo. El terror la dominó, y la voz débil de Perle salió como un grito mientras comenzó a tratar de escapar violentamente del agarre de estos seres desconocidos. La voz de una mujer y de un hombre empezaban a llegar más claramente acompañadas de ecos de gritos de gente y bestias a la lejanía, y sus manos agarraban a Perle de los brazos y la empujaban al suelo en subyugo. 

— ¡Está fue… d… control! ¡D…bemos con…o…rla!

La confusión se transformaba en pánico en su mente. ¿Quiénes son estas personas? ¿Qué van a hacerme? Debo volver a casa. Debo escapar. ¡Debo escapar!

— ¡Aaaaargh!

Los dientes y colmillos se enterraron profundamente en el antebrazo de uno de los captores. En tratar de escapar del ataque, vió como la elfa de ojos dorados y larga melena plateada a la que trataba de controlar apretó más la mandíbula, como si quisiese de verdad arrancarle parte de su carne. La mujer intentó controlarla tirándola del brazo pero Perle, en una explosión de energía, la lanzó hacia atrás y cayó rodando en su propia espalda.

— ¡Lanrus! — gritó la mujer hacía el fondo de la cueva en un acento extraño. — ¡Necesitamos otro hechizo, rápido!

El hombre forcejeaba con Perle, quien no lo dejaba ir y continuaba mordiendo con fuerza. La sangre brotaba de su boca, y si seguían así alguien saldría muy lastimado del encuentro. No encontró más remedio que tirar del largo y enredado cabello de ella hasta que cediera. La mezcla de dolor y pánico la hicieron desesperarse, y en buscar otra forma de defenderse sus ojos lograron enfocar y distinguir el cuchillo colgando del cinto del hombre elfo que la atacaba. Con su mano libre logró tomar el pomo y desenvainar el cuchillo que rasgó la armadura de cuero y la piel de su captor, lo que hizo que él liberase su agarre en otro grito de dolor. Perle aprovechó el impulso para patear al elfo y hacerlo perder el balance. Cuchillo en mano, se abalanzó sobre él en el suelo.

— ¡Nooo! — La otra mujer gritó desesperada.

La ira en el rostro de Perle se desvaneció en un abrir de cerrar de ojos, y el cuchillo en descenso cayó de sus manos y rebotó en el suelo de piedra al lado del rostro del elfo captor. Todo el dolor, la náusea, la desesperación, la ira, el pánico desaparecieron de repente, y su cuerpo frenó en seco ahora que una mano salía de la oscuridad manteniendo un hechizo.

— Salgan de aquí y busquen a un curandero. Yo me encargaré de ésta.

Ambos captores se quejaron por el dolor y se ayudaron mutuamente a ponerse de pie. No estaban de buen humor, pero tenían una misión que cumplir. Se levantaron y susurraron entre ellos mientras empezaban la marcha hacia el exterior.

Los sentidos de Perle comenzaron a recuperarse paulatinamente gracias al hechizo del druida que había llegado justo a tiempo para salvar la situación. Ella intentó ponerse de pie, pero sus piernas ya estaban agotadas después del encuentro, y no pudo más que sentarse de vuelta en la plataforma donde había estado acostada hace un momento. 

— ¿Qué… qué es este lugar? — Perle se tocó la garganta tras producir una voz más grave. ¿Por qué sonaba diferente?

— Tranquila, estás a salvo. — Las manos del elfo fueron rodeadas por un brillo cálido. — Parece que no estás herida después de eso. Bien. — El elfo removió su capucha, y reveló su largo cabello azulado ordenado en parte por incontables trenzas delgadas. Los ojos azules y brillantes acompañaban una nariz larga y protuberante en un rostro afeitado, delgado y serio, pero de ninguna forma amenazante. — Soy Lanrus. Nuestro shan’do nos ha enviado a despertar a los druidas de este túmulo. 

— ¿Qué…? ¿Quién?

— ¿Dónde está tu báculo?

— ¿Mi… báculo? Yo… yo no…

Lanrus la rodeó y examinó la plataforma donde la habían encontrado. No había un báculo. De hecho, no había nada, ni siquiera un símbolo o un grabado que dijera su nombre. Solo encontró las raíces y hojas que se forman naturalmente por el hechizo que ayuda a los druidas a dormir, junto con unos pocos granos de una tierra amarillenta. No le dió demasiada importancia, aunque ella definitivamente era un misterio. ¿Por qué habría alguien durmiendo aquí que no fuera un druida?

— ¿Dónde… estoy? ¿Dónde están… mis padres? — Perle comenzó a mirar alrededor nuevamente. De otras entradas comenzaban a salir más elfos que aún se recuperaban del sueño, rodeados por otros con las mismas armaduras de cuero y capuchas que Lanrus. Nadie le era familiar en absoluto.

El profundo rugir del cuerno hizo eco en las paredes de la caverna. Todos alrededor se apresuraron a salir. Al parecer era hora de ponerse en movimiento.

— Ahora no. — Lanrus la tomó de los hombros y la ayudó a ponerse de pie. — Quien quiera que seas, si estabas aquí es por algo, y necesitamos cuantas manos haya.

— Pero…

— Ayúdanos, y encontraremos a tus padres si tanto quieres. Vamos. — Lanrus se dio la vuelta y se echó al hombro el brazo de otro elfo que tenía aún dificultades para caminar. 

— ¿Ayudar… a qué?

Ya casi era la última que quedaba dentro de la caverna. Miró a su alrededor y efectivamente no había nada más, solo el camino para salir. Un paso tembloroso siguió a otro, pero su cuerpo aún recordaba cómo caminar. Al salir de la cueva, una serie de puentes y caminos conectaban a diferentes espacios y cavernas en el lugar, y de ellos salían incontables elfos nocturnos que, tal como ella, estaban también empezando a caminar de nuevo. Pese a todos los años en los que Shaarme y ella salieron a explorar por su cuenta, nunca había visto algo así en su vida, y se preguntó en qué parte del pueblo estaban.

O si estaban siquiera cerca del pueblo.

Cerca de casa.

Tras recorrer el laberinto bajo tierra por largos minutos, más allá se podía ver un pórtico de luz. Desde allá, las voces eran innumerables, y todas hablaban su mismo idioma aunque en un acento algo diferente. Las voces eran jubilosas, como si hubieran reencuentros entre hermanos y amigos que no se habían visto en mucho tiempo, y podía escuchar el rugir de bestias y el cántico de aves mezclado con el fervor de este encuentro.

Entre ellas, una voz profunda y cálida resonó sobre todas, imponiendo un silencio atento.

— ¡Ishnu’alah, mis hermanos! ¡Kalimdor necesita sus poderes una vez más, pues la hora de la verdad se avecina sobre nosotros!

Otra se alzó, y el eco rebotó en las pocas paredes que quedaban frente a Perle.

— ¡Estamos a tus órdenes, Shan’do Tempestira! ¡Por Kalimdor!

¡Por Kalimdor! Todas las voces unidas comenzaron a gritar fervorosamente, y los pasos comenzaron a alejarse lentamente del túmulo.

Fue ahí cuando la luz encegueció a Perle por un momento. Había llegado al umbral, y el aroma de los árboles mezclado con la brisa fresca entraron en sus pulmones y bañaron sus sentidos… pero era diferente a todo lo que conocía. Sus ojos aceptaron lentamente la luz del día, y entre las copas de los árboles y las montañas pudo distinguir a la distancia un árbol gigantesco.

Y todos iban hacia allá, siguiendo a un elfo enorme con astas en su cabeza que lideraba la marcha a lo lejos.

Corran niños, corran.

Lentamente, paso a paso, sosteniendo aún los harapos que la mantenían abrigada, siguió a los druidas y el resto de los elfos a su destino en su marcha a la guerra. Ella nunca supo de dónde vino el impulso a seguir, pero quizás si seguía adelante encontraría una respuesta, y podría encontrar un camino de vuelta a casa.

Sin embargo, ella no sabía que de esa vida ya casi quedaba nada.


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